
Es domingo y el padre, que se halla ese día en el campo trabajando la tierra, parece presentir su nacimiento al caerse de un albaricoque mientras en el pueblo la comadrona —curiosamente de apellido Luna— ayuda a su madre en el parto. Ya desde pequeña, Pepi se muestra como una niña con inquietudes. Le encanta ver junto a su padre películas folclóricas y de cine clásico, o asistir, de su mano, a festivales flamencos donde actúan artistas andaluces de la talla de Camarón de la Isla, de ahí que rápidamente prenda en ella la llama musical e interpretativa. “Los oía cantar y era como si se parase el mundo”. Al acabar la primaria, tiene que dejar los estudios para ayudar en casa y, con apenas trece años, comienza a cuidar niños. A los quince ya cose para la calle, pero el rescoldo del arte continúa calentando su indómito espíritu.
Pasan los años y Pepi seguirá soñando con los escenarios mientras baila sevillanas en una caseta de la feria junto a sus amigos o cuando lee, a la luz de la luna, alguna pieza teatral del insigne Federico García Lorca; aunque, en el fondo de ese joven corazón, ella sabe que para alcanzar su objetivo, tarde o temprano, tendrá que soltar amarras. Con dieciocho primaveras está a punto de marcharse a Inglaterra para trabajar de au pair, pero la cuerda que la ata a sus raíces es todavía demasiado gruesa; y por fin, mucho tiempo después, cuando el siglo XX está exhalando ya su último suspiro, se atreve a dejar atrás su querido pueblo para marcharse a la capital. “Madrid me recibió un lluvioso día de otoño de 1999. Por aquel entonces tenía veintinueve años y, a mis espaldas, cargaba ya una pesada mochila de experiencias vitales”.
Allí, mientras se gana el pan trabajando en una gestoría, retoma con ahínco sus estudios hasta que logra aprobar el acceso a la universidad matriculándose en Administración y Dirección de Empresas. Pero, al segundo año de carrera, Pepi se siente vacía y decide replantearse nuevamente su futuro, por lo que su vida vuelve a dar un giro radical guiada ahora por la llama de su verdadera vocación. Como ella misma dice: “Llena de incertidumbres, dudas y miedos, viré el rumbo de mis pasos e inicié otro cambio, pero esta vez de dentro hacia fuera”. Tras esta catarsis abandona la Universidad y empieza a formarse como actriz y cantante en centros del prestigio de Arte 4, Central de cine, o la Escuela de canto de María Beltrán. Así, poco a poco, comienzan a surgir las oportunidades y llegan sus primeros papeles en el teatro, a los que les sigue en 2005 una oferta para trabajar en el cine (Camarón, de Jaime Chávarri) y en algunas series de televisión. Tras esta sacudida de emociones y cambios, ha nacido por fin la nueva Pepa Luna. “La luna es el punto de luz que ilumina la noche. Lo elegí cuando empecé a decir que era artista y me presentaba con ese nombre. Tuve que masticarlo y hacerlo carne”. Sin embargo, cuando todo parecía encauzado, llega una dolorosa ruptura sentimental y la vida la golpea con fuerza. Son tiempos difíciles en los que la artista necesita encontrar respuestas y para ello piensa seriamente en cambiar de aires.
Ya en la ciudad, se instala en un pequeño apartamento en la avenida Callao y, al principio, lo pasa mal. Es una ciudad enorme, desbordada de todo, incluido el arte y la música. A veces, se pierde en los lugares más insospechados, se hace un lío con el cambio de moneda, o bien mete la pata con esas expresiones cuyos significados son tan diferentes a uno y otro lado del charco. En definitiva, se ve inmersa en una auténtica aventura en la que la nostalgia y el desarraigo revolotean de vez en cuando a su alrededor cual aves de mal agüero. Pero su determinación es clara y, a pesar de las trabas, Pepa logra sobreponerse a todo y echando mano de los contactos que llevaba en su maleta, comienza a conocer a mucha gente del gremio y a participar en varios proyectos teatrales y televisivos entre 2011 y 2014. “Recuerdo perfectamente el primer casting que hice en Buenos Aires, porque coincidió con mi cumpleaños. Allí conseguí el personaje de Julia en Arizona, un desafiante unipersonal de mi querido Claudio Lentz, que supuso un punto de inflexión tanto en mi carrera profesional como en mi propia vida”. Para continuar con su formación actoral, se inscribe luego en el Centro Latinoamericano de Creación e Investigación Teatral y en el Sportivo Teatral; al tiempo que contacta también con una profesora de canto. “Quería conocer en profundidad la música de la tierra donde había plantado mis pinreles”. De esa manera entrará de lleno en el mundillo del folclore argentino llegando a completar la carrera de tres años en el Centro Educativo del Tango de Buenos Aires (CETBA). “Fue el tango el que, de verdad, me robó el corazón de la mano de mi querida Susan Ferrer. Gracias a ella, pregunté, investigué y navegué por sus raíces y sus letras. Aprendí que el tango no se canta, el tango se dice; pero no desde cualquier lugar, solo puede hacerse desde el alma.”


Actualmente, Pepa continúa inmersa en ese proceso creativo que tanto la llena. “Aunque también tiene su lado oscuro, como la propia luna, porque nosotros siempre vivimos en la incertidumbre. Eso hace que una no descanse nunca. Siento que no me he tomado vacaciones desde que elegí ser artista. Es un trabajo constante, pero estoy donde tengo que estar y haciendo lo que más amo. Cada navidad aprovecho para evaluar cómo fue el año, qué proyectos tengo a la vista y cuánto he crecido como persona y profesionalmente. Y es ahí cuando, hoy por hoy, sigo eligiendo continuar camino en Buenos Aires. Respecto al futuro, Dios dirá. Sueño con nuevos retos aquí y, por qué no, también en España. No sé si surgirá la oportunidad, pero para mí sería todo un honor actuar alguna vez en el teatro de mi añorada Estepona”.
En Estepona, a veintiséis de octubre de dos mil veinte
Biografía escrita por Manuel Guerrero Gómez
(amigo de Pepa Luna y de su familia)